martes, 29 de septiembre de 2009

Mención especial

"La dama del sombrero azul", de Madame Bovary


Gregor bajó al desayunador del Hotel Boulogne. Eligió la mesa de la ventana de formas barrocas, único vestigio de un pasado glorioso en esa posta económica para pasajeros de paso. Desplegó el muestrario de telas. Contabilizó los pedidos. Desde allí, veía el puerto desbordado de actividad. Una mueca de fastidio cruzó su mirada, perdiéndose en una barca del muelle. Dos pescadores rieron lascivos al paso de una prostituta que los saludó con familiaridad. “Estoy harto de estos viajes –pensó Gregor-. Cada vez más exigencia y menos sueldo. Si no fuera por las deudas de mis padres…”

-¿Están a la venta?

Gregor giró sobresaltado.

-No quise asustarlo…

Era una mujer con un vestido de cachemira y un sombrero azul. Ella estiró el brazo, señalando un brocato francés. No tenía manos bonitas, pero esas uñas almendradas brillaban como marfiles pulidos.

-¡Son géneros bellísimos!

Toda la estrategia comercial de Gregor se atragantó y no pronunció palabra ante esos ojos que se sumergían entre pestañas renegridas. La amabilidad de la voz mudó en frialdad con la violencia del silencio.

-Lamento mi impertinencia.

-Por favor…discúlpeme… Tiene razón. En toda la ciudad no encontrará telas tan delicadas. Sienta la textura de esta seda –decía mientras la restregaba entre las manos-. Última moda. ¿Ya leyó Le Corbeille?

El se paró, extendiendo la mano.

-Gregor Samsa, para servirla, señorita.

El brillo seductor volvió a los ojos de la desconocida y contestó al saludo del viajante, corrigiéndolo:

-Señora. Señora Emma Bovary.

Gregor la invitó a sentarse. “Sólo un instante”. Hablaron de tafetanes, pasamanerías y formas de pago. Emma eligió un terciopelo labrado y un raso azul. El pedido dobló la venta de cuatro días. El se comprometió personalmente a la entrega el próximo jueves. Ella se marchó, tan rápido como había irrumpido. Llovía. La lluvia solía ponerlo melancólico pero la fragancia de Emma permaneció en el ambiente, cambiándole el ánimo. Miró los horarios de trenes y regresó a su pueblo. Esa noche no se acostó hasta terminar un marco dorado donde colocó un recorte de la revista Le Corbeille. Era una dama, con un sombrero azul, envuelta en una boa de piel que la levantaba hacia el observador, ocultando el antebrazo. Colgó el cuadro frente al sillón y durmió saboreando el aroma de Emma.

La entrega fue puntual. Ella llegó, vistiendo una camisa con volados blancos que contrastaba con los cabellos negros, que caían pesados ocultando las orejas. Sus pómulos se iluminaron con el reflejo del raso. Ella le pagó, encargó un tafetán púrpura y Gregor quedó sólo, escuchando el compás de los tacones alejándose por la entrada.

Las visitas semanales se hicieron rutina. Emma aparecía y su brillo concentraba las miradas. Ella partía y la vulgaridad del hotel recobraba su esplendor. Gregor ya no protestaba por la incomodidad del tren ni el sueldo miserable.

Un jueves la vio salir con un joven, tomados del brazo. Ella reía a carcajadas y los pliegues de su vestido se abrían en abanico. Ese día ella le había mostrado un plano de Paris. Pensaba mudarse y pasar los veranos en Biarritz.

El jueves siguiente, Gregor le llevó cuatro piezas de seda de Chantung. Emma estaba desconsolada.

-Discúlpeme Gregor. Se retrasó la venta de un campo. No tengo dinero…

El decidió fiarle las telas. Ella recuperó su luz. Gregor satisfecho, le ofreció diseños de brocato.

Durante todo el mes, Gregor intercambió horas de trenes por diez minutos junto a Emma. La deuda continuó engrosándose, hasta sumar doce sueldos. Ella lo turbaba, tan pronto se deshacía en palabras altruistas como despreciaba un género o la vida del pescador.

Ese jueves ella estaba ausente. Tenía en la comisura de los labios el rictus amargo que provocan las cosas que no van a volver.

-¿Ocurre algo, Emma?

-Nada... Detesto los sentimientos vulgares de esta vida –contestó con tedio.

Gregor la animó mostrándole nuevos paños. Cuando él se marchó, ella estaba asomada a la ventana del segundo piso. Fue la última vez que la vio.

Gregor Samsa no supo más de Emma Bovary. Volvió varias veces al Boulogne. El conserje le informó que la pasajera, registrada como Magdalena Villier, se alojaba los jueves con León Dupuis. Con gesto cómplice, agregó: “No era el marido”. Gregor pensó en el crédito a espaldas del patrón y la clientela perdida por complacer los pedidos de esa mujer.

El se quedó dos días queriendo localizarla. Fue a una isla, que según se enteró, Emma frecuentaba, hasta que agotado, regresó al pueblo. Subió a su habitación, llevando el periódico y se encerró con llave. No cenó pese a los reclamos de su madre. “No tengo hambre”. “Este chico viaja mucho y come mal”. Gregor quería estudiar nuevos destinos para recomponer el desastre económico en que había sumergido a su familia.

Se sentó en el sillón. Buscaba empalmes de trenes cuando un titular lo paralizó. “Fue hallada muerta una mujer en hotel del puerto… Pasajera habitual…Hotel Boulogne… Probable envenenamiento…Los investigadores consideran un suicidio...”. Devoró la noticia hasta quedar dormido.

Gregor despertó con los golpes que rebotaban en la puerta del cuarto. Reconoció la voz del apoderado de su patrón.

- Señor Samsa, abra la puerta. Hace tres días que falta a su trabajo.

Gregor se negó, resistiéndose a abrir los ojos. Una nueva arremetida retumbó en las paredes.

-Lo creía un hombre honesto. Me arrepiento de haberlo defendido cuando el patrón relacionó la ausencia con un cobro que le había confiado…

-Mi hijo está mal, ayer no cenó.-era su madre.

Gregor decidió afrontar lo ocurrido y devolver todo el dinero con su trabajo. Abrió los ojos. Al querer levantarse, se encontró sobre el sillón convertido en un monstruoso insecto, tumbado sobre una espalda dura, en forma de caparazón. Las voces continuaban rechinando. Su propia voz era un chirrido estridente. Gregor comenzó a ver los muebles del cuarto cada vez más borrosos hasta que sólo pudo divisar el cuadro. La dama del sombrero azul, envuelta en la boa de piel, continuó erguida, extendiéndole sus uñas almendradas hasta que se fundió en un negro profundo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

sería el "antes" de la metamorfosis, y la causa, una Madame Bovary que vuelve locos a todos.
este cuento está muy bueno y esa idea es muy interesante.
felicitaciones para el autor.
jose