sábado, 25 de septiembre de 2010

2º PREMIO: "Punto final", Flor Ciancio



-Entré y la vi ahí tirada, en el piso del patio. Parecía muerta. La ropa estaba a medio tender. En el tacho quedaba un bollo de ropa húmeda. En la soga la ropa tendida todavía chorreaba agua. Fue raro. Siempre me la imaginé muerta. Yo quería que muriera, por supuesto. Pero nunca pensé que fuera a ocurrir tan rápido. Me acerqué y vi que tenía sangre en la cabeza. Le salía de un tajo bastante grande y amoratado que tenía cerca de la frente. Se empezó a formar un pequeño charco rojo que corría en dirección al aljibe. Ese aljibe de mierda que la vieja nunca había querido tapar. ¿Para qué lo quería? ¿Me querés decir para qué lo quería? “Grato es vivir en la amistad oscura de un zaguán, de una parra y de un aljibe” decía la tipa, y citaba a Borges, llenándose la boca.
Atiborrado de mugre estaba el aljibe. Borges tendría un aljibe limpio, pero este era un asco. Una vez, nos habíamos peleado y de bronca agarré unos zapatos rojos con taco alto que tenía ella y se los tiré ahí adentro. Si los habrá buscado, mirá. Años los buscó.
¿Qué querés que te diga? Es eso lo que me acuerdo de ese día. Ella ahí tirada, la ropa a medio tender. Yo la vi y me di cuenta que estaba muerta. No sabía qué hacer y me senté en el aljibe a fumarme un pucho. Ahí se me vinieron a la cabeza todos los recuerdos que tenía de ella. Ni uno bueno, claro. Pero recuerdos al fin. Me acordé de la vez que habíamos ido de viaje a Mar del Plata, para las vacaciones de invierno. Hacía un frío de cagarse. A la vieja se le ocurrió ir al casino. Me acuerdo que llovía y no teníamos paraguas. Llegamos al casino empapadas. Yo era medio chica, así que iba con ella para todos lados. Doce años tendría en ese entonces. Ella ya estaba medio baqueteada pero seguía encajándose unos escotes que eran dignos de una puta. Ese día el agua de la lluvia le había pegado un poco la remera al cuerpo y se le transparentaba el corpiño que se había puesto. Una vergüenza me hacía pasar, que ni te cuento. La cosa es que estábamos ahí, en el casino, y la vieja no tenía un mango encima. No fue para jugar. Fue para ver si levantaba algo, algún tipo con guita que nos bancara el resto de las vacaciones. Se estaqueó a una mesa y de ahí no se movió. En una de esas vino un jovato y se le paró al lado. Yo veía que se la apoyaba y mi vieja no decía nada. Que turra. Yo me quería morir. Quería que se desplomara el casino entero arriba de la vieja y la hiciera pedazos. Pero no, siguieron ahí. Palabra va, palabra viene… se lo llevó al hotel. Yo acostada en una de las camas y ella en la otra con el tipo. Esa noche no pegué un ojo. Me dormí a la madrugada, cuando dejaron de gritar, los muy asquerosos. Me acuerdo que al día siguiente me levanté y mi vieja no estaba. La esperé todo el día, muerta de hambre, encerrada en la habitación. Me tuve que comer una caja de alfajores Havanna que habíamos comprado para llevar de regalo. La tipa volvió a la noche. Tenía un olor a alcohol que te tumbaba y la cara toda magullada. Andá a saber qué le pasó. Yo no me enteré. Ni quise enterarme. Me importó un pito. Ahí la empecé a odiar. Y seguí odiándola toda la vida.
Entre recuerdo y recuerdo se me fue el día. Con la tarde se cansaron los dos o tres colores del patio. El rojo de la sangre se empezó a secar y el amarillo de la tierra polvorienta había empezado a volar por todos lados. Se le llenó el pelo de polvillo a la vieja. Fue como verla envejecer de golpe. Le llegaron las canas que siempre se quitó. Se teñía, viste. No quería envejecer nunca. Yo pensaba que me iba a morir antes que ella. Parecía eterna la tipa.
-Yo también pensaba eso. Que me iba a morir antes que ella. Y lo que más me molestaba era saber que nunca iba a tener la satisfacción de verla muerta. Por eso te pregunto qué pasó ese día. Porque vos tuviste esa dicha y quería que me la traspasaras. Aunque me hubiera gustado un poco más de morbo en tu relato. Yo no soy cana, nena. Eso de que entraste y la viste tirada dejalo para contárselo a otro. A mí contame la posta. ¿Cómo la mataste?
-Qué decís salame, yo no la maté.
-¿Me estás cargando? Me vengo desde el Chaco a Buenos Aires para saber como fue la cosa y que me alegres la vida ¿y me salís con esto?
-¿Qué querés que te diga? ¿Qué la maté cuando no la maté? Ojalá la hubiera matado yo. Ya lo tenía todo planeado al asesinato, pero se me adelantaron. Yo lo imaginaba para cuando la vieja cumpliera los setenta. No sé quién fue. Hasta tenía mis dudas de que habías sido vos.
-No, yo lo planeaba para los ochenta, si es que llegaba. Entonces fue la tía Norma, o Beti. Qué se yo. Todos queríamos que se muriera la vieja. ¿Y la justicia que dijo?
-Nada, lo tomaron como un accidente. Nos tocó Gerardo como fiscal. Un día nos juntamos en un bar y me dijo: “Sea quien sea que la haya matado no se merece la cárcel, se merece el Nobel de la paz. Sigamos con nuestras vidas”. Se pidió un whisky, y brindó por la felicidad. Yo creo que ya estaba mamado.

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