- Mire Oficial, es una viejita de 83 años, mide un metro cincuenta más o menos, cabello corto canoso, ojos verdes y tez muy blanca. La última vez que la vi vestía un pantalón de jogging negro y una remera gris. No tengo idea de dónde puede estar. Fuera de la familia no tiene muchos conocidos. Sus amigos de la juventud, lógicamente, están casi todos muertos, y el que no, ya anda tocando el arpa. Es muy raro que salga de su casa, a penas pone un pie en la vereda para ir a hacer las compras. Imagínese, que a cuatro días de no saber qué sucedió con ella, todos prensamos lo peor. Además, a esta altura de la vida, ya camina muy despacito. En cuatro días, como mucho, llega a la otra esquina. Si se fue por sus propios medios no puede estar muy lejos. Por otro lado, en la casa no falta nada. Imposible que haya sido un robo, o un secuestro. Yo sé que con esto que le comento no le estoy dando mucha tela para cortar. Pero entiéndame, no sé qué decirle ¡es una simple jubilada! El último día que la vi, recién venía de hacer los mandados. No me dijo nada significativo, se comportó normalmente, lo mismo de siempre. Había comprado, como de costumbre, una montaña de papel higiénico. En esa casa puede faltar el pan, pero nunca va a faltar con que limpiarse el… bueno, usted me entiende. Ella es así, es una viejita con sus mañas y sus cosas de gente vieja. ¿Por qué motivo iba a desaparecer? Presiento que la vamos a encontrar el día del arquero. Nadie tiene ni la más pálida idea de dónde puede estar. A cada rato lo mismo con la abuela, por “h” o por “b”, siempre se las ingenia para sacarnos canas verdes. ¡Y justo ahora! ¡A dos días de navidad se le viene a ocurrir hacerse humo! ¡Todos los años nos arruina las navidades! Entre sus llantos, sus lamentos y su melancolía, uno termina rezando para morirse atragantado con una garrapiñada. Por suerte, para la fiesta de fin de año, le metemos sidra hasta por las orejas, queda medio copeteada y no se queja tanto. Porque para navidad no toma una sola gota de alcohol, sabe. No sea cosa que el niñito Jesús cobre vida, salga del pesebre y le recuerde lo de “santificar las fiestas”. No es mala, vio. Ella siempre fue así. Se lo puede decir cualquiera. La nona es un mar de lágrimas. Cuando uno la va a visitar, por las dudas se tiene que llevar un pañuelito, porque enseguida le agarra la tristeza. Mire, me acuerdo que una vez, hace algunos años, se cayó por la escalera de su casa. Esas escaleras antiguas de mármol, que en invierno se congelan y te vas a la mierda con baranda y todo. Bueno, la cosa es que se cayó, rodó varios escalones, y a los dos días se tropezó en la bañera. Para qué. Andaba toda entablillada y suspiraba por la casa arrastrando los patines tejidos al croché. Todo un espectáculo la abuela. Y así estuvo, un mes llorando a moco tendido. Pero se recuperó rápido. Es una viejita fuerte, bien tana.
El tema, Oficial, es que ya van cuatro días que no sabemos nada de la nona y ustedes no han hecho mucho por encontrarla. Yo entiendo que la época navideña es complicada para la policía. Sé que andan todos como locos, que los comercios rebalsan de compradores compulsivos y adictos al pan dulce. Pero entiéndame usted a mí. ¿Cómo se hace para pasar una Noche Buena en paz sabiendo que la vieja anda perdida por ahí? ¿Usted sabe la cantidad de comida que tengo hecha para el veinticuatro? Si la abuela no aparece nadie en la familia va a querer festejar nada. ¿Tiene noción de dónde me voy a tener que meter la ensalada rusa y el pionono? ¡Me voy a volver negra de comer tanto maní con chocolate yo sola! Haga un esfuercito oficial, llame a alguien con el aparatito ese que tiene ahí colgado y encuéntreme a la abuela. No le puede costar tanto. No es un narcotraficante colombiano, es una anciana, por el amor de Dios. ¡A esta altura ya debe andar por donde el diablo perdió el poncho! Para colmo, su sentido de la orientación está totalmente atrofiado. Se pierde hasta en su propia casa ¡imagínese en una ciudad como esta! Nunca sabe qué día es, ni qué hora, a penas se acuerda el año en el que vive porque tiene pegado el almanaque en la heladera. Me da una pena, pobrecita. Ya tenía comprados los regalos para los cuatro bisnietos. Como siempre calzones rosados y toallas blancas. Calzones y toallas. Rosa y blanco. Jamás otro color. Todos los nietos tenemos una colección de toallas blancas en casa. Ella compra regalos durante el año y después, dependiendo de la ocasión, los regala. Pero no espere otra cosa. Toallas o calzones. Hace poco fui a la casa a ayudarla a podar la parra. Ella, como siempre muy agradecida, me regaló un colador de leche. Sí, un colador. Yo pensé “¡A la flauta! ¡Terminó la era de los calzones!”. Pero no, resulta que la agarré desprevenida. Se ve que no tenía nada para darme y me encajó el coladorcito. Fue la única vez que recibí un regalo distinto de su parte. Me considero afortunada por eso. Andaba necesitando un colador nuevo.
En fin, Oficial, no le quiero quitar más tiempo. Se lo suplico, encuéntreme a Aurelia.
- ¿Aurelia, dijo? ¡Hubiera empezado por ahí señora! ¡Hoy a la mañana encontramos una Aurelia!
- ¿Será la misma Aurelia?
- Me regaló esta toalla…
- ¡Sí, es!