He aquí es el texto ganador del concurso "Los fabulosos 7". Los invitamos a leer esta excelente resolución de nuestra consigna. ¡Felicitaciones josé maría gil!
Pecados y personajes. Una
nota en algo más de siete párrafos
Julián
Soules (seudónimo)
En la versión abreviada y próximamente olímpica
del rugby, siete jugadores por bando se enfrentan de manera ardiente y viril en
dos tiempos de siete minutos. En el “thriller”
Seven, de David Fincher (1995), se
depara un crimen atroz para cada uno de los pecados capitales. En esta breve
nota (donde hay algo de ranking televisivo o crónica de espectáculos) a cada
pecado le corresponde un párrafo y un personaje no poco reconocido de la vasta
literatura.
- Avaricia: El personaje elegido para este pecado cuenta con un respaldo
televisivo y lexicográfico abrumador. Resulta casi imposible no dar con Ebenezer
Scrooge, villano y héroe del Cuento
de Navidad, de Charles Dickens, en alguna de las tantas versiones y
perversiones de esa historia durante las fiestas de fin de año. No sólo ha
prefigurado al tenebroso Mr. Burns, de Los
Simpson, sino que su nombre propio también se convirtió en un
sustantivo concreto de la lengua inglesa: scrooge equivale al vocablo castellano avaro.
- Envidia: Abel Sánchez, protagonista que da a nombre a la novela de Miguel
de Unamuno, ha sido visto como el símbolo del pecado nacional de España.
En el prólogo escrito para este libro, Borges destaca cuán frecuente es
que los españoles digan que algo digno de admiración les parece “envidiable”.
- Gula: El representante de
este pecado también tiene depositadas sus reservas de fama en el
vocabulario. Pantagruel, hijo de Gargantúa, de Rabelais, y del siglo XVI,
ha dilapidado banquetes y repartido escatologías que no son indignas de
las comedias de Olmedo, Porcel o (nuestro) Tristán. El adjetivo pantagruélico y sus traducciones siguen
vivos en el léxico de muy buena parte de las lenguas modernas.
- Ira. Que yo sepa, la
traducción más frecuente de la palabra griega ménis [μήνις] ha sido cólera. Las discusiones sobre la
naturaleza de la sinonimia podrían (como la tristeza de los brasileños) no
tener fin. Pero no resultará controversial aceptar que cólera e ira sean sinónimos. Así las cosas, el Pélida Aquiles merece
encarnar la ira misma, ira funesta que mandó para los infiernos a tantas
almas valientes.
- Lujuria. El gran semiólogo checo Jan Mukarovsky ha
explicado que cualquier fenómeno puede ser esencialmente estético. Por
ello no es novedoso que se postule al libro del Génesis como parte de la literatura antigua. Allí se narra,
entre muchas otras, la historia de nuestra campeona de la lujuria: la
mujer de Putifar. No sabemos el nombre exacto de esta reina lasciva, pero
sí sabemos que se complacía en torturar a su esclavo, nada menos que José,
intérprete infalible de los sueños ajenos, patriarca de Israel,
protagonista de comedias musicales que juegan de forma deliberada y fácil
con el anacronismo. La lujuria ejercida o padecida por el ama y señora de
José no sólo es intensa y brutal, sino también intolerable. El esclavo
resistió con énfasis las tentaciones de su dueña, lo que desató un huracán
de represalias. No hay lujuria más frustrante que la lujuria que una mujer
hermosa no puede concretar por culpa del rechazo de un varón al que (por
una causa u otra) tiene bajo su mando. (Otro ejemplo en este sentido es el
filme Disclosure (1994), de
Barry Levinson, protagonizado por Michael Douglas y Demi Moore). Algunos psicoanalistas
lacanianos, teólogos protestantes o críticos postmodernistas pueden querer
descifrar en esta parte del Génesis
las claves de una relación sadomasoquista que sí se habría concretado. De
todas formas, para las interpretaciones ortodoxas, las variadas torturas
que una reina bella le inflinge a un esclavo fornido y leal quedan para el
capítulo de Sodoma (y Gomorra). Eso es todo, por ahora, acerca de la
lujuria. No es extraño que el párrafo sobre el pecado favorito de la
mayoría sea el más largo de esta breve nota.
- Pereza: La pereza fáctica de nuestro elegido es resultado inevitable del
desdén, que es resultado inevitable de una certidumbre: Todo, a la larga,
ocurrirá. Homero, uno de los trogloditas de “El inmortal” de Borges (en El Aleph, 1949), el mismísimo autor
de la Ilíada, cae (junto con los de su tribu) en un
pozo de abandono y desidia que habría sido inaccesible para el mismo Buda en
su luego abandonada etapa ascética.
- Soberbia: Recordemos aquí al capitán Ahab, la criatura de Herman Melville que condujo hacia el naufragio al Pequod y a todos los hombres que lo tripulaban (menos uno). Todo por creer que le daba la talla para cazar a ese cachalote inmenso y lactal al que llamaban Moby Dick. Vaya para él nuestra evocación, y para nosotros también, que no sin soberbia también creemos tener poder de decisión ya no sobre las acciones ajenas o las acciones propias, sino sobre los devaneos de nuestra propia mente.