sábado, 13 de octubre de 2012

Resultado del concurso "Los fabulosos 7"


He aquí es el texto ganador del concurso "Los fabulosos 7"Los invitamos a leer esta excelente resolución de nuestra consigna. ¡Felicitaciones josé maría gil!


Pecados y personajes. Una nota en algo más de siete párrafos

Julián Soules (seudónimo)

En la versión abreviada y próximamente olímpica del rugby, siete jugadores por bando se enfrentan de manera ardiente y viril en dos tiempos de siete minutos.  En el “thriller” Seven, de David Fincher (1995), se depara un crimen atroz para cada uno de los pecados capitales. En esta breve nota (donde hay algo de ranking televisivo o crónica de espectáculos) a cada pecado le corresponde un párrafo y un personaje no poco reconocido de la vasta literatura.

  1. Avaricia: El personaje elegido para este pecado cuenta con un respaldo televisivo y lexicográfico abrumador. Resulta casi imposible no dar con Ebenezer Scrooge, villano y héroe del Cuento de Navidad, de Charles Dickens, en alguna de las tantas versiones y perversiones de esa historia durante las fiestas de fin de año. No sólo ha prefigurado al tenebroso Mr. Burns, de Los Simpson, sino que su nombre propio también se convirtió en un sustantivo concreto de la lengua inglesa: scrooge equivale al vocablo castellano avaro.   
  2. Envidia: Abel Sánchez, protagonista que da a nombre a la novela de Miguel de Unamuno, ha sido visto como el símbolo del pecado nacional de España. En el prólogo escrito para este libro, Borges destaca cuán frecuente es que los españoles digan que algo digno de admiración les parece “envidiable”.
  3. Gula: El representante de este pecado también tiene depositadas sus reservas de fama en el vocabulario. Pantagruel, hijo de Gargantúa, de Rabelais, y del siglo XVI, ha dilapidado banquetes y repartido escatologías que no son indignas de las comedias de Olmedo, Porcel o (nuestro) Tristán. El adjetivo pantagruélico y sus traducciones siguen vivos en el léxico de muy buena parte de las lenguas modernas. 
  4. Ira. Que yo sepa, la traducción más frecuente de la palabra griega ménis [μήνις] ha sido cólera. Las discusiones sobre la naturaleza de la sinonimia podrían (como la tristeza de los brasileños) no tener fin. Pero no resultará controversial aceptar que cólera e ira sean sinónimos. Así las cosas, el Pélida Aquiles merece encarnar la ira misma, ira funesta que mandó para los infiernos a tantas almas valientes.
  5. Lujuria. El gran semiólogo checo Jan Mukarovsky ha explicado que cualquier fenómeno puede ser esencialmente estético. Por ello no es novedoso que se postule al libro del Génesis como parte de la literatura antigua. Allí se narra, entre muchas otras, la historia de nuestra campeona de la lujuria: la mujer de Putifar. No sabemos el nombre exacto de esta reina lasciva, pero sí sabemos que se complacía en torturar a su esclavo, nada menos que José, intérprete infalible de los sueños ajenos, patriarca de Israel, protagonista de comedias musicales que juegan de forma deliberada y fácil con el anacronismo. La lujuria ejercida o padecida por el ama y señora de José no sólo es intensa y brutal, sino también intolerable. El esclavo resistió con énfasis las tentaciones de su dueña, lo que desató un huracán de represalias. No hay lujuria más frustrante que la lujuria que una mujer hermosa no puede concretar por culpa del rechazo de un varón al que (por una causa u otra) tiene bajo su mando. (Otro ejemplo en este sentido es el filme Disclosure (1994), de Barry Levinson, protagonizado por Michael Douglas y Demi Moore). Algunos psicoanalistas lacanianos, teólogos protestantes o críticos postmodernistas pueden querer descifrar en esta parte del Génesis las claves de una relación sadomasoquista que sí se habría concretado. De todas formas, para las interpretaciones ortodoxas, las variadas torturas que una reina bella le inflinge a un esclavo fornido y leal quedan para el capítulo de Sodoma (y Gomorra). Eso es todo, por ahora, acerca de la lujuria. No es extraño que el párrafo sobre el pecado favorito de la mayoría sea el más largo de esta breve nota.
  6. Pereza: La pereza fáctica de nuestro elegido es resultado inevitable del desdén, que es resultado inevitable de una certidumbre: Todo, a la larga, ocurrirá. Homero, uno de los trogloditas de “El inmortal” de Borges (en El Aleph, 1949), el mismísimo autor de la Ilíada,  cae (junto con los de su tribu) en un pozo de abandono y desidia que habría sido inaccesible para el mismo Buda en su luego abandonada etapa ascética.
  7. Soberbia: Recordemos aquí al capitán Ahab, la criatura de Herman Melville que condujo hacia el naufragio al Pequod y a todos los hombres que lo tripulaban (menos uno). Todo por creer que le daba la talla para cazar a ese cachalote inmenso y lactal al que llamaban Moby Dick. Vaya para él nuestra evocación, y para nosotros también, que no sin soberbia también creemos tener poder de decisión ya no sobre las acciones ajenas o las acciones propias, sino sobre los devaneos de nuestra propia mente. 

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