martes, 29 de septiembre de 2009

"Asuntos inmemoriales", María Josefa

Un herrero amigo le recomendó que se llegara hasta la casa de un tal Ireneo Funes “el memorioso”, en Fray Bentos. Él seguramente podía suministrarle algún dato sobre su padre.

Juan Preciado golpeó la puerta del vetusto rancho y una mujer lo hizo pasar. Observaba fascinado la humilde vivienda a medida que la atravesaba. Era el fiel retrato de la descripción del cuento borgeano que había leído en su adolescencia: el patio embaldosado, el corredor, la parra, el cuarto del mencionado en penumbras…


Al ingresar advirtió que un notorio aspecto era diferente. Postrado en el catre había un Ireneo anciano, de cabello hirsuto y entrecano. Sus ojos vidriosos y las grietas en su rostro aindiado dejaban entrever una expresión taciturna y perturbada.

Juan pensó burlonamente que confirmaba que Borges realmente no tenía el don del memorioso Ireneo, puesto que confundir a este anciano con un joven de diecinueve años, evidenciaba una pintoresca falla evocativa.

Enseguida lo saludó con un discreto cabeceo, y le preguntó si podía proveerle alguna información sobre Pedro Páramo, su padre. Ireneo le contestó que sí, pero que eso no podría ayudarlo, que le sería imposible darle detalles relevantes que Juan ignorara.

-Yo nunca conocí a mi padre. No había siquiera escuchado hablar de él hasta hace una semana atrás – replicó Juan.

-Hallarás más respuestas en las imprecisiones pasionales de las mujeres que lo amaron y de los hombres que lo odiaron, que en mi estricta descripción. Aún si ya están bajo tierra. Debés escuchar los ecos encerrados en las paredes del pueblo donde tu padre vivió y murió.

-Pero no sé nada de mi padre ni de ese pueblo. Sólo las vagas palabras de mi madre moribunda. No puedo comprender lo que es tan lejano para mí.

-No lo es, Juan - dijo Ireneo. Ahora estás de su lado, del lado de las sombras. Lo encontrarás si seguís el rastro de tu sangre, de lo poco que te queda. Yo podría darte un sinfín de detalles, pero superfluos e inconducentes, hasta confusos. Una descripción demasiado exhaustiva; sin impresiones, valoraciones o generalizaciones. Lo que yo creía un don, es en realidad mi peor cruz.

Ireneo observó cómo Juan giraba sobre sí mismo para dirigirse a la puerta por la que escasos minutos atrás había ingresado, y que lo conduciría a hora a Comala, el árido paraje que lo vio nacer. Advirtió cada pliegue de su camisa, su corte de pelo, su particular olor a transpiración y a tierra húmeda, la hoja seca de árboles ausentes pegada en la suela de sus zapatos deslucidos. Sabía que estas imágenes formarían parte de un infernal y perpetuo rompecabezas que jamás podría terminar de armar.

El joven Ireneo despertó. Hacía meses que no soñaba. “Volver a los diecinueve, después de vivir un siglo” pensó, y retomó la lectura en latín de Naturales historia, volumen que pronto debería devolver a aquel porteño cajetilla de quien lo tomó prestado.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Irineo Funes es un personaje fantástico, lleno de información pero no sé si de respuestas.
Buena yunta, saludos y felicitaciones por el concurso. Andrés