martes, 29 de septiembre de 2009

"El encuentro", de Blablablá


Si había una mujer que pudiera comprender el designio de la existencia de Juan, ésa era Úrsula. Y hacia ella se dirigía Juan sin saberlo, escapando del miedo y de la soledad.

Acababa de anochecer, y después de lavar los platos y cacerolas amontonados en la pileta, Úrsula se sentó por un momento. Se secó las manos con un repasador de algodón blanco, y sintió el alivio del descanso en su cuerpo. Tras una jornada de trabajo en la quinta, el cuidado de los chicos, la preparación del caramelo, el sueño la tomaba por la fuerza, pero aún debía esperar que se cocinaran los panes.

Ya casi no veía, sin embargo el olor de la mermelada que se expandía por los cuartos, dibujaba en su mente los pasillos de suelos gastados, las pesadas puertas de maderas nobles y los escalones bordeados de macetas con estragón y albahaca por donde podía desplazarse como si la lupa de Melquíades le indicara el camino. Tampoco sabía el orden de las generaciones que alimentaba y hospedaba en su casa, porque el tiempo de la anciana fluía hacia el pasado o el futuro, sin interesarse por las cronologías que rigen al común de los humanos; no obstante podía distinguir el canto de los pájaros y saber qué hora del día era según cantara el mirlo, la alondra o la calandria.

Tan agudizados estaban sus sentidos, que no fue difícil que sólo ella percibiera el crujido de la silla vacía, cuando Juan Salvo se sentó frente a ella. No hicieron falta palabras, ni presentaciones. Las burdas fórmulas que tenemos las personas para esconder emociones y presentimientos, para desentendernos de lo que les sucede a los otros no tenían ningún significado para Úrsula ni Juan. Sólo bastó la mirada de Juan posándose en las manos de Úrsula para que se materializara una alianza solidaria tan fuerte como para enfrentar al peor de los enemigos: el odio universal.

El viajero de la eternidad, el peregrino de los siglos, reconoció en Úrsula a otra navegante del tiempo; la tomó de la mano y le suplicó que lo llevara con ella. Alguien cuenta que susurró al oído de Úrsula: “Ahora no es tiempo de odiar, es tiempo de luchar”

Una lluvia de minúsculas flores amarillas envolvió la cocina con un torbellino luminoso. Los postigos se agitaron. La luna dibujaba trazos irregulares en la pared pintada con cal y el olor de los panes crujientes invadió la casa.

A partir de ese encuentro los pueblos del sur no perdieron la esperanza en la vida. La arrolladora fuerza de Úrsula y la inalterable creencia de Juan Salvo en la humanidad fundaron las redes solidarias que, como voraces raíces, sostienen la alegría de las gentes.

Autor: Blablablá

1 comentario:

Anónimo dijo...

es verdad... los personjaes tienen en común el tiempo; la idea de viajeros del tiempo está muy buena, me gustaría cómo se le ocurrió a Betsi esta idea, cómo eligió a estos dos persojes (también Irineo Funes es un viajero no? de otro tipo...) JJ