martes, 29 de septiembre de 2009

Tercer premio


"Pequeño aporte para un manual de ética amorosa posmoderna", de Tames Leénuo

…Aquí, donde me toca el nombre

del amor desesperado
el sitio de la pregunta irrespondida
la raíz erradicada
el trasplante total de la existencia
Jorge Lemoine y Boshardt

Escribo esto desde la derrota. Quiero que se entienda así porque la ironía y el cinismo pueden hacerles creer que fui el ganador en un juego en el que, no lo puedo ignorar, fui el perdedor. Y lo escribo, como decían los antiguos, para lección de los que vendrán después. El tema es el amor, o más bien, la ética amorosa posmoderna. Quizás estas reflexiones desemboquen en un seminario que podría corresponder a un Master en picaresca aplicada que deberíamos promover.

Yo volvía de Berlín. Volvía al asado, a los amigos y al fútbol. En un partido en el que mi equipo resultó ganador, un amigo, Federico, me comentó que una amiga suya preguntaba insistentemente por mí. Me advirtió, además, que era hermosa y que estaba loca. Se llamaba Elisabeth Mastropiero. Hice caso omiso de esas advertencias: nos encontramos e iniciamos inmediatamente un romance. Ella me contó sumariamente toda su biografía afectiva, yo hice lo mismo. Concluimos que éramos el amor que estábamos buscando. Era profesora en la facultad de humanidades y se tomaba muy en serio su trabajo. Yo era bastante libresco, pero no era serio. Luego de unas semanas de promesas de amor eterno y proyectos conjuntos, me citó en un café frente al mar. Apenas nos sentamos empezó a hablar de lo que no le gustaba de mí. Además, empezó a reivindicar a una antigua pareja a la que siempre había mentado como: “un gordito fofo que tenia la pija blanda y chica y que después de acabar se dormía como una marmota”. Y agregó, para horror del buen gusto y del pudor: “Es que con él compartíamos una curiosidad infinita por el conocimiento”. Estaba tan enamorado que solo ahora puedo ironizar sobre semejante tontería. Como sea, ella me dejó y yo la amaba.

Desde ese momento no pude hacer otra cosa que imaginar venganzas imposibles. Pasaba el día planeando seriamente un viaje a París donde seduciría a Carla Bruni para gran escándalo de la prensa francesa: “Lumpen argentino conquista a la primera dama”. Luego, un disco inspirado por mí donde todas las canciones me describirían culto, pasional, bello. Elizabeth, que adora a la Bruni, concluiría: “Claro, tenía un destino de grandeza, yo lo dejé porque íntimamente me sentía menos que él”. Otro plan, al que dediqué muchas horas de reflexión, era el de ganar el Premio Herralde. Eso me colocaría a la altura de un Alan Pauls. De hecho, durante varios días de exaltada ensoñación imaginé las reseñas favorables que Pauls me dedicaría, además de una polémica en torno a mi narrativa y la herencia de Borges que dividiría el campo intelectual argentino. Fogwill, Pauls y Piglia a mi favor, Aira, Casas y Kohan en mi contra. Elizabeth, que es una persona que se la pasa leyendo, entendería que sus papeles en mi vida y en la cultura eran subalternos. Yo estaba para otras cosas, no podía seguirme, por eso me dejó. Un tercer plan consistía en convertirme en un famoso concertista de piano tipo Martha Argerich o en una estrella de pop desesperada y oscura como en algún momento fue Andrés Calamaro. En fin…

Los tres imaginarios e imposibles destinos suponían el triunfo, el dinero, la fama y la harían despreciar a Elizabeth su miserable condición de profesora universitaria mendicante de becas y autora de publicaciones que nadie lee. Pensaba casi todo el día estas cosas: me había convertido en un idiota. Así que me encontré, desterrado del amor eterno, arrojado nuevamente al libre mercado sexual en el que era oferente y demandante desde hacia tanto tiempo, en el medio del camino de la vida, en la selva oscura y triste.

Pronto me hallé una madrugada frente a la mortecina luz de la heladera de la casa de una amante nueva. Yo estaba desnudo pero con medias, buscando algo para comer en una casa extraña. Y como siempre en el hogar de una mujer sola que nunca está tan flaca como lo desea, sólo encontré despojos de alimentos dietéticos (en lo de Elizabeth tampoco había comida, sólo libros) y entre las verduras, un hinojo mustio. Dejé abierta la triste heladera para alumbrarme en la búsqueda de víveres en la alacena. Allí me esperaba una cucaracha que, para mi perplejidad, se transformó en Gregorio Samsa (ya asumido idiota me estaba convirtiendo, evidentemente, en loco). Creía delirar por el hambre. Gregorio, que de cucaracha, dando la razón su póstuma critica literaria, se convertía en Kafka, me explicó que no podía humillarme como lo estaba haciendo.

-No perteneces a ninguna minoría cultural -señaló severo- ni tu padre ejerce una tiranía férrea contra tus deseos. Sos un italianito culturoso –dijo con sorna- como esa chica que no te quiere; no te preocupes más, todos tenemos el infierno que nos merecemos. Por cierto –y aquí parecía jactancioso y reivindicativo-, la frase el infierno son los otros es mía; se la sugerí a Jean Paul en una de estas incursiones; él necesitaba muchas visitas mías, por la mina esa con la que andaba, viste-dijo cada vez más porteño.

Los finos rasgos judíos y centroeuropeos de Gregorio Franz se veían inmutables como en las fotos de sus Obras Completas. Quizás por eso me parecía convincente.

-Aunque claro, la estrategia de ser una rara avis puede garpar -juro que Kafka me dijo garpar-; ella, tu amada -dijo con los ojos llenos de una melancolía remota- está con esos tipos que fingen ser como yo sin tomarse el trabajo de escribir como yo. Hasta aquí llega mi capacidad interpretativa de lo que te pasa, estimado Ernesto. Quizás él-y mientras decía esto señalaba la heladera- que conoce más, pueda ayudarte.

Imparable, incontestable como la locura, de un queso Finlandia Diet emergió Irineo Funes que, con voz cadenciosa y solemne, comenzó a enumerar todas aquellas historias que habría preferido olvidar. La de todas las mujeres que me amaron y traicioné, la de la pequeña adúltera con la que tuve un romance tumultuoso, la de aquella de estudiante de historia con cara pétrea con la que me obsesioné hasta la pérdida de la razón, la de esa chica frágil y triste de rulitos que me acomodaba la ropa que yo siempre llevaba desalineada, la de Norita, primer relación, dolor, decepción y pérdida, la de la chica que a los diez años me rompiera el corazón con su delantal tableado. Pude ver el sexo desenfrenado, las piernas largas de Claudia, la voluptuosidad de Graciela, a Alejandra tocando el violín con expresión triste, los puteríos de Rosario, a Clara cantando junto al piano, las noches ideales en Berlín con una mujer que supo cuidarme antes que amarme, la secuencia de veces que dije que las amaría para toda la vida, la secuencia de veces en que me fui sin siquiera despedirme.

Y en este punto de la enumeración incesante me vi en el absurdo de una vida buscando ser amado por cualquier mujer que lograra alimentar mi vanidad. De todas las veces que rogué, perseguí, mendigué, rechacé. Y entendí, finalmente, que olvidaría a aquella mujer como había olvidado a otras. Que dejaría de amarla como otras mujeres incondicionales habían dejado de quererme a mí. Incluso más rápido, porque Elizabeth estaba muy loca y era bastante snob, cursi y me había dejado por un gordito fofo con el que compartía una curiosidad infinita por cosas aburridísimas. Gregorio Franz e Irineo habían desaparecido y solo el eco de sus voces, afinadas, dejaba oír: “Tarde me di cuenta que al final se vive igual sufriendo”. Comí unas galletitas de agua mientras reflexionaba sobre el contenido psicoanalítico del tango y volví a tientas a una cama desconocida, a una mujer insospechada, en la certidumbre de que nada importa porque, a fin de cuentas, toda relación produce la misma zozobra, desasosiego y desesperanza. Lo único que me queda es poder huir y encontrar otras tetas a las cuales abrazarme, otras camas en las que estar insomne, otras heladeras despobladas de mujeres hambrientas y desesperadas.

Autor: Tames Leénuo

13 comentarios:

Anónimo dijo...

que buen cuento!!
te imagino con las medias frente a esas heladeras....que imagen!!! me cague de risa, sin dejar de pensar en que yo tambien soy una mujer sola por momentos, con una heladera llena de cosas verdes e insipidas....

Anónimo dijo...

Te amamos!!!! Y te votamos, claro. Cuantas veces nos abandonaste hijo de puta, cuantas veces nos saqueaste la heladera y te fumaste el hinojo, cuantas veces saliste rajando a las cinco de la manana para que el amanecer no te encontrara en nuestras camas... pero sos el Eterno Hombre y no podemos vivir sin vos.

Anónimo dijo...

Una genialidad! jajjaj....tipica semblanza del hombre promedio que anda vagando por la vida....y una todavia que insiste en querer liar con alguno.....los invita a su casa, les deja abrir su heladera..sin saber que son solo unos pobres despechados porque una loca los dejo por un gordito fofo de pito chico....igual...mi corazon te pertenece....

Anónimo dijo...

Sin dudas, el mejor de todos! muy bueno!

Anónimo dijo...

Yo existo...y el cuento es obviamente autobiográfico...pero nunca me quiero ir rajando de las camas a las cinco de la madrugada...Tames Leénuo

Anónimo dijo...

Me encantó la descripción de Irineo Funes de las ex novias. Pero, amigo, espero que no se te ofenda ninguna!

Anónimo dijo...

Ajá, eso es interesantísimo, ya sé algo sobre tí: no te gusta madrugar. Pero lo de fumarte el hinojo y la tendencia abandónica, eso no lo negaste, y el que calla otorga! De todas maneras no tengo la más mínima duda de que existes!

Anónimo dijo...

No soy abandonico...soy inconstante pero hago esfuerzos sobrehumanos para que no se me note...no me gusta el hinojo...en fin...no voy a defender el enfoque hiperautobiografico de la literatura pero en el cuento se me nota lo tonto que puedo ser si me dejan...no es una buena carta de presentación un cuento así...

Anónimo dijo...

Dios mío!!! ahora va a usar este blog para levantarse minas! Es el colmo!

Anónimo dijo...

Todos los espacios deben usarse para eso...

Anónimo dijo...

Claro que sí se usa este espacio para esto, anónimo entrometido. Y querido, me parece perfecta tu carta de presentación. Seguí haciendo esfuerzos sobrehumanos de manera inconstante, es lo que nos define como seres: inconstantemente sobrehumanos, sobreconstantemente inhumanos, sobre todo humanos inconsistentemente. Jajaja!

Mánuel López dijo...

Qué lástima lo de aclarar si algo es autobiográfico o no.

El cuento es muy lindo.

Mánuel López dijo...

Qué lástima lo de aclarar si algo es autobiográfico o no.

El cuento es muy lindo.