martes, 29 de septiembre de 2009

Primer premio: compartido

"Recuerdos de luna de miel", de Human to human

I

Salió del baño, lavó sus manos, su dedo; acomodó el nudo de la corbata, morigeró una onda rebelde caída en la frente, se acercó al espejo y miró sus dientes. Fuera del sanitario, esperó, atareado en mil pequeñas aventuras burocráticas, a que la hora de retirarse del establecimiento educativo marcara el fin del día.

Sin perder tiempo, se dirigió a su casa; como con la precisión rotunda de su dedo, manipuló eficazmente la llave y la introdujo sin vacilar en la cerradura. Abrir, cerrar la puerta, quitarse el saco, aflojar el nudo, agitarse, entrar sin golpear al cuarto, llegar hasta la silla de ruedas. Los ojos ya nebulosos lo adivinaron y, para no perder tiempo y evitar dolor, abrieron con desmesura la boca: el señor Biassuto sacó la dentadura, la apretó con baba y rabia entre sus dientes: já, ¿te guzta, abuelita, cómo me queda?

II

Ya se prepara, ya se calza la mortaja. Amaranta siente que la hora está cerca, y no quiere esperar, ni retrasarse, ni aguardar a quien, a último momento, decida que puede escribir una o dos palabras a sus muertitos, palabritas mal trazadas, con la gruesa punta de un lápiz de trabajo, palabritas azules de un lado, rojas al revés, de puños poco acostumbrados a escarbar palabritas de amor, de dolor, de sueños. Por esta única vez se vestirá de novia, con su mortaja tejida a destellos de la envidia y el rencor, de la carencia y el orgullo, de amor escondido. No puede impacientarse ante el espejo, que la mira desde sus veinte años, que describe arrugas, surcos en la piel amarilla, en las uvas casi negras colgando de una joroba flaca, rígida, de hueso seco. Hay que tener paciencia, mamita, que, ciega y todo, todo lo ves, todo lo que has creado, hasta eso, hasta mi cuerpecito flaco y seco: cuando novia esté lista, navegará en su barco chato; llevará cartitas a los muertos, el papel rozará el papel… Y mamita tanteará el rostro de la novia, extirpará de la blanda carne los dientes que Melquíades supo traer de Oriente y que fueron usando unos y otros, bajo el castaño, en la guerra, cuando enloquecía de calentura con el sobrino.

III

El aire cargado como el café negro que se sirve casi con ánimo de ofender, frío, porque Úrsula se quema al probarlo con sus agujetas escuálidas, llega hasta oscurecer los sentidos del compuesto señor Biasutto. No quiere toser –toser, estornudar, bostezar y -mucho más eructar, rascarse, acomodarse las partes nobles, son expresiones que rozan la inmoralidad-, pero ese ambiente tan poco convencional, piensa, lo empuja y lo retuerce por dentro. Lástima haber tenido que volver a pisar el suelo de aquel tiempo sanamente olvidado. La novia, sin embargo, es atractiva, se dice una vez, la novia no está mal, se dice otra, y esas palabras lo lastiman, de dónde le habrá surgido a él esa expresión tan fuera de lugar, “no está mal”. No quiere toser, Biasutto, frente a la respetabilísima señorita Buendía, ejemplo prístino de pulcritud y honestidad, que enciende el corazón y lo refrena, recuerda. No quiere, pero pica. No quiere, pero duele, no quiere, pero llega y por disimulo se pone de pie y en su escayolado paso hacia el ataúd, vista al frente, el airecillo suave se escapa y forma el hilo de un tabaco a su paso, que besa las narices de las damas y las trompas de los caballeros. No importa. No tosió. Y frente a los pies de Amaranta, la cola de un pez partida, recuerda qué está haciendo en ese mundo perdido: hundir el dedo de su memoria en el telar virginal de la tía, que lo ha ignorado todo de él, porque no era otra cosa que un instrumento de su fe, de la que fue contagiado para siempre.

La abela, la abela duerme la siesta,

La tiíta, tiíta abre la hamaca

te llama, te arrulla, te dice…

tanito, me gusta decirte gringuito,

crespito, si quieres, ven crespito mío,

que te arrullo, que te predigo, que te retengo, que te comienzo.

Úrsula envuelve en pañuelo de hombre aquellos que iluminaron un rostro antiguo, a tientas dibuja una sonrisa extasiada en la novia y entre cartita y tesorito, cerca de las manos, coloca el ramillete de dientes, en el barco chato de Amaranta, la faraona.

1 comentario:

Anónimo dijo...

la conexión entre las historias de Kohan y García Márquez: otra historia para el dedo... buenísimo