martes, 29 de septiembre de 2009

Segundo premio

"Una china para un impotente", de Giacomo Capelletini


El desagradabilísimo Jefe de preceptores del Colegio Nacional Carlos Biasutto, transformado en patético jubilado, se hizo amigo en Facebook de Cacho Fracassi. Lo dejaron perplejo sus habilidades para seducir mujeres haciendo uso de la mayor vulgaridad. Analizando su muro y perfil, Biasutto intentó obtener los tips que le permitieran seducir a la joven y bella Otoko, empleada del supermercado chino que estaba a de la vuelta de su casa. La joven, de tanto vivir en Argentina, tenía una confusión con lo oriental que la hacía sentirse desdichada japonesa de novela de Kawabata; este orientalismo travestido generaba grandes ensoñaciones en el viejo Biasutto, que ante las repetidas negativas de Otoko de tomar un café con él, decidió contactarse con Fracassi y obtener una estrategia que le permitiera la seducción de la oriental a cambio de una remuneración económica.

Biasutto y Fracassi se reunieron en un bar frente a la facultad, ya que Cacho intuía que alguien que se avenía a un contrato de aquella naturaleza era un perdedor nato, y para conseguir planes de seducción efectivos iban a necesitar de mentes verdaderamente creativas, delirantes y amorales, como las de los jóvenes escritores que hubieron pasado por las aulas de Filo y seguían asistiendo a los claustros como profesores para levantarse alguna alumna.

Fracassi ofreció un descuento en su estipendio a cambio de participar en la trama y formar un trío, ya que la fantasía de una oriental en la cama era uno de los pocos factores en común entre el malhablado, desinhibido y lisiado vendedor de electrodomésticos Fracassi y el perverso, reprimido y misógino Biasutto. El antiguo preceptor vigilante y buchón se indignó ante tal posibilidad; y un Fracasi resignado a quedar excluido comenzó, lápiz y papel en mano, a urdir estratagemas. Bebiendo whisky nacional malo discutieron sobre la estética adecuada. Biasutto no quería aceptar ser guionado por Guebel, con el riesgo de terminar siendo un transexual en el Polo o víctima de cualquier absurdo giro en un argumento de corte aireano. Fracassi replicaba que esos delirios inconsistentes eran preferibles a la afectada corrección de Kohan, bajo cuyos parámetros era imposible levantarse una mina. Acordaron, entonces, que ni guebelistas ni kohanistas, magnusistas, y le encargaron la obra a Ariel Magnus, que ya había hecho una ensalada oriental en Un chino en bicicleta; y si un adolescente nerd había podido conquistar a una ardiente oriental, el jubilado también sería capaz. Otoko, de hecho, había fundamentado sus negativas en la edad de Biasutto; lo que le había hecho recordar a Fracassi una anécdota de una entrevista que le hicieran a Fogwill en la tele. El viejo, pero aún galante escritor, le había dicho a Marina Mariasch: “Si una mina argumenta que estás viejo, insistí, porque quiere decir que ella ya había considerado acostarse con vos”.

Fracassi visitó a Magnus y logró que le escribiera la obrita a cambio de una aspiradora que el joven letrista andaba necesitando. No le gustó mucho eso de mezclar personajes creados por otros escritores con los que competía semanalmente por su aparición en Ñ, pero estaba cansado de barrer la alfombra con el escobillón con pésimos resultados para su alergia. La novelita escrita en una tarde fue publicada por Mansalva, bajo el título de Una china para un impotente, con una tapa pintarrajeada en la que aparecía un lascivo Biasutto engominado junto a una bella oriental con cara de espanto. Y si bien el viejo asqueroso logró su cometido, lo hizo con mucha menos dignidad que en una novela de Kohan. La chinita sólo necesitaba casarse con un argentino para no ser deportada, y ante la ausencia del amor, un viejo impotente era la mejor de las alternativas. Cuando Biasutto se indignó por el carácter obsceno, escatológico y subversivo de la obra, Magnus sólo atinó a defenderse argumentando que si la hubiera escrito Cucurto sería bastante peor. Entre tanto, Cacho utilizó el dinero que le pagó Biasutto para comprar una nueva silla de ruedas y a la novela como material erótico para llamar por teléfono a antiguas novias.

Giordano –no Roberto, sino Alberto– escribió un librito sobre la tendencia a la cita cruzada en la nueva novela argentina y todos lo putearon porque tal fenómeno no existía; lo de Magnus era una novela por encargo aislada, y no hay nada peor para un escritor argentino joven que otro escritor argentino joven. Pero pese a los insultos, el estudio del estilista de las letras argentinas modificó el estado de la cuestión del campo e que hizo que la tesis escrita por un estudiante marplatense un mes atrás fuera ridícula, y en la defensa de su trabajo Elisa Calabrese le dijo que, como a lo largo de toda su mediocre carrera, era un inepto carente de poder de comprensión.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

buenísimo...Manutxo

Anónimo dijo...

Giacomo:

No te hagas problema por los comentarios maliciosos de la Calabrese sobre tu tesis...
Como a mí que me encanta la literatura argentina de estos autores desacartonados me divertí mucho con tu cuento!